O corpo as fai.
O corpo as paga. Me despejé la mañana porque G. presentaba su libro, y preferà no arriesgar por si se nos iba la euforia de las manos, como efectivamente pasó. Siempre me olvido que trabajo para la burguesÃa, y la mitad de mi trabajo es parecer una de ellos. Yo pensé que a las 13h ya estarÃa más que recuperada de la Kominsky, pero es que en algún momento se nos fue completamente de las manos. Cuando me voy a black out a ese nivel sólo con las cervezas que cuento que llegaron a mi mano, me pregunto qué pasó. Si cené. Si no era tan tarde. Si estábamos hablando de que estaban en la presentación fulano y mengano. Lo siguiente: buscar mis llaves a tumbos a las 5 de la mañana. Me encantarÃa echarle la culpa a que alguien me echó burundanga, pero lo dudo la verdad. Sin duda se debe a que en algún momento empiezan a correr las rondas más rápido de los 0,12 g/l que tu hÃgado es capaz de metabolizar. Y estábamos un grupo bueno de mano larga a cartera. La prisa, siempre la prisa. El tiempo, siempre faltando.
Me desperté igualmente a las 8:30h. Tengo el reloj biológico ese de los adultos. Hice de todo: me duché, me lavé los dientes dos veces, me eché el la ampolla flash buena cara que me regalo mi tÃa por navidad, crema hidratante, aceite de camelia, colonia. Nada. Hinchada como un globo, cierto olor a amargo, el rictus de resaca tatuado en la expresión facial. Pues asà tendrÃa que ser. O corpo as fai, o corpo as pagha, un mantra presente en todas las resacas de juventud, bastante más leves que las actuales. Como en La sustancia, las horas extra que araña mi versión joven y desprocupada, se cobran en destrozos fÃsicos cuando me despierto en la versión coñazo que paga la farra.
Llegué y acto seguido me cruzo con el que supongo que es el dueño. Lo supongo por cómo se desenvuelve y por edad, porque nunca lo vi antes. En un vistazo rápido reconozco al presidente del Celta y a dos empresarios más que salen en el MERCO entre los que lo acompañan. Entro en pánico. A mi ya de normal me cuesta fingir que no me sorprende cuando coinciden mi mundo y el que existe encima mÃa, pero si aun por encima no estoy segura de cómo se me está viendo desde fuera, el miedo se apodera de mà y me siento como una pordiosera disfrazada debajo de un abrigo de paño caro de Zara. DeberÃa haberme lavado también el pelo. No puedes oler a tabaco, nadie estaba fumando ayer. Relájate y no abras la boca. Estás grabando bien, nadie se está dando cuenta. O sÃ, pero qué le vas a hacer a estas alturas. Eso sÃ: a esta gente no le puedes aparecer asà nunca más. Tienes una de cortesÃa y ya la has gastado. Me veo los zapatos, las punteras rozadas. Una cosa en la que no me habÃa fijado en mi vida, ocupando todo el espacio. El bolso, otro que tal baila, está doblado de tanto uso. Reparo en el vestido que llevo. Me lo compré hace más de 5 años en lefties de rebajas, costó 5 euros como mucho. 5 euros, hace 5 años, cómo se te ocurre ponértelo hoy. Yo todo esto no lo percibo hasta que tengo a la plana mayor de la comunidad delante de mÃ. El vestido me gusta, hasta que llego allà y parece un trapo. El bolso que en mi casa veo normal, aquà luce un gurruño. Los zapatos, que me pongo todos los dÃas, pues eso. Se nota que me los pongo todos los dÃas. Por suerte la jornada acaba y voy directa a casa de mi abuela, a comer sopa de estrellitas en un plato de flores que te regalaba El Pozo cuando las marcas aún te regalaban cosas y mi abuelo delante preguntándome si sé cuánto cobran los del tour de Francia por hacer el tour. Si mucho o poco. Si tendrán dinero esos de la bici. Cuánto dinero tendrán, los de la bici. Me lo pregunta insistentemente, con los mismos pantalones que, desde que tengo uso de memoria, lleva puestos todos los dÃas excepto el domingo.
Patético.
El domingo pasado me desperté con varios whatsapp del director de una revista para la que escribo. J. no es la clase de persona que escribe un domingo, algo no iba bien. Eran mensajes reenviados sin ningún tipo de contexto sobre una entrevista que hice en noviembre. Entre otras lindeces, la entrevistada tildó mi trabajo de ‘patético’. El corazón me empezó a bombear en la garganta como si acabara de hacer los 100 metros lisos. Antes de acabar de leer lo demás, cundo mi cerebro descodificó ‘patético’ en la tercera lÃnea, ya estaba en la carpeta de las entrevistas 2024 buscando qué escribà de esa mujer que tanto la habÃa ofendido. Para mi disgusto: nada. Aún peor, porque si la releo y me parece una mierda, ya puedo empezar con la culpa cristiana tranquilamente; pero si la releo y no veo lo que está mal, me obliga a enfrentarme para defender mi trabajo. Conflicto un domingo por la mañana. No se me ocurre nada peor que alguien me pueda hacer que obligarme a seguir pensando en el trabajo el único dÃa que reservo para no pensar en él.
Decidà darle vueltas en la ducha antes de contestar nada a nadie, con el ‘llámame cuando puedas’ clavado todavÃa en el esternón. Me di cuenta que, hasta la fecha, nadie habÃa criticado mi trabajo. Me explico: sà mi locución, mis fotos o alguna campaña. Cosas que yo sé que no son precisamente mi fuerte. Mi redacción, jamás. Las apreciaciones desde que soy pequeña a mis trabajos eran del tipo ‘sobresaliente’, ‘magnÃfica redacción’. Gané un premio. Tengo un trofeo de un lápiz gigante en el armario que me recuerda que otra cosa no, pero escribir se me da bien. Pasar de eso a patético, sin más feedback intermedio, en otro momento de mi vida hubiese hecho que me levantase de cama en pijama aún con las legañas pegadas rumbo a devolver mi carnet de periodista entre sollozos desconsolados. No sé si fue la psicóloga o es la edad, pero en la ducha concluà que esa persona era una maleducada y no debÃa estar muy arrombada ahà arriba cuando empieza una retahÃla de verborrea inconexa diciendo que el trabajo de otra persona es ‘patético’. Como una está trabajando en sudar de todo, pero tiene una mochila cargada de años de histeria a la espalda, se la mandé a mis amigas. Por si acaso estaba yo empoderada de más y, efectivamente, la entrevista era una mierda. Una periodista suele tener muchos otros amigos periodistas, claro. ‘¿Podéis leer esto?’. Unánime: ‘¿Qué le pasa?’.
Otra novedad: normalmente cuando critican mi trabajo me deshago en disculpas, me ofrezco a rehacerlo y enviarlo ipso facto. Y me deshago en disculpas otra vez. Contesté notoriamente, ¿enfadada? ‘La he revisado, yo no la veo incorrecta. Tengo el audio, si quieres mañana lo vemos’. ‘¿Te puedo llamar por teléfono un minuto?’. Aquà viene lo fuerte: ‘no, es domingo y estoy con mis padres’. Eso contesté. Que NM, porque necesité la coletilla de ‘estoy con mis padres’ para justificar mi negativa, pero por algún lado se empieza. NM porque no deberÃa contestar siquiera.
Mi padre me metió mucho miedo a ser mediocre, ya lo he contado aquà antes. Por fin he interiorizado que no lo soy. Cuando hago algo me vuelco, sé que es asÃ. Me puede salir mal o no gustar, pero no me puedes acusar de no dar todo lo que tengo. Las sigo preparando concienzudamente, y mira que ahora las puede hacer chat GPT de lo lindo. Sé que no está redactada para un Pulitzer, no por eso es patética. Si me pagan debidamente, puedo conducir 100km, sentarme a tu lado con un café y un bizcocho en tu casa y te hago una entrevista que te cagas. Pero resulta que me meten cuatro a la semana, por teléfono, con entregas ajustadas, y tienen que salir como churros. Como churros significa que tengo 45 minutos para que me cuentes. Esa mujer consideró que 45 minutos no le hacen justicia a su historia de vida.
Lo más curioso es que gracias a ella igual dejo de hacer entrevistas. Tiene parte de razón –aunque sea una maleducada sideral: hacer entrevistas por teléfono y con prisa, no me gusta. Y si no me gusta, ¿por qué las estoy haciendo? No encontré respuesta aún. No quedar mal, no dejar tirado a J. El compromiso. Realmente, me encantan las entrevistas cuando son las de sentarme en frente de la persona, con el café y el bizcocho. Porque me gusta escuchar a todo el mundo. Todo mi interesa: que me enseñen de lo que estamos hablando, que lo pueda ver con mis propios ojos, echarme una charla. Descubrir a amigos, a loquitos, a personajes increÃbles. Yonki de la anécdota. Por teléfono sentada en la isla de la cocina, no hay anécdota posible. El tiempo siempre al alza. Siempre caro, faltando de nuevo.
Estoy leyendo sobre todo esto, ahora en Quiero y no puedo: una historia de los pijos de España, de Raquel Peláez. Siempre hablo aquà de mi familia, de la conciencia clase, de las emociones encontradas que tengo ahora al saberme un poco más afortunada que ellos– obreros de verdad, de los que se tienen que agachar y destrozarse el cuerpo para currar. De cómo yo, a cambio, me destrozo la mente, sin saber si eso es fortuna o no. De mis sistemas de evasión, idénticos a los métodos del proletariado durante la revolución industrial. El Gin Lane, pero con 1906. Supongo que no tengo mucho más que ofrecer: son las cosas que rebotan en mi cabeza últimamente.
Consejo de redes exprés
Si tiene que grabar, graba callada. Es algo que no me acaba de entrar en la cabeza. Cuando estaba sola y preocupada de si separaba los labios alguien pudiese detectar los restos de la destilerÃa del dÃa anterior, están todos con sonido natural: pájaros, la lluvia repiqueteando, las hojas. Puedo montar ASMR si quiero. No abrà la boca en toda la mañana.
Al dÃa siguiente, fui con S. (fotógrafa) a dos chabolos poco humildes, de nuevo. El audio de todos los vÃdeos es nosotras de charleta. Preguntándonos si alguna vez dormirÃamos en una habitación como esa. Fascinándonos con las vistas. Haciendo parodia de ‘quién vive aquÃ’. Opinando de a qué se dedicarán los dueños de los chabolos para tener tantÃsima pasta. De si nos gusta más el baño n.1 o el baño n.18. Que no pasa nada, pero igual me hubiese gustado hacer uno con el sonido de las olas batiendo en las rocas.
Esta semana vi:
La sustancia, recordadme que no haga caso más a la gente que me recomienda pelis de culto, porque nunca me gustan gran cosa más allá de saber que la idea es guay y captar el trasfondo. Pero no, no va. Además lo que más grima me da en el mundo es meter el dedo en el ombligo, imaginaos con esa escena.
Esta semana leÃ:
La conformista, de Alba Dedeu. El tipo de novela que, sin duda, saldrÃa de mi puño y letra. Maravillosa.
Esta semana en bucle:
Pero sólo lo últimos 2 mins. ¿Por qué? Me gusta especialmente esa parte. Yo que sé.
Breve, como le gusta a los Z. Voy sin tiempo. Disfruten del domingo. XX.