Entrar en un restaurante y poder elegir sólo entre dos o tres platos para comer es una de las sensaciones más reconfortantes que hay. Esa seguridad que da la opción menos mala, no la mejor. En nochevieja intenté jugar con mis padres a ¿qué preferirías? Digo intenté, porque no saben jugar por mucho que se lo explique. ‘¿Por qué iba a tener que elegir entre cortarme un dedo u otro? No quiero cortarme ninguno’.
La primera pregunta que les llamó la atención fue: qué preferirías, ¿haber nacido cuando nací yo (1992) o cuando nacisteis vosotros (1968)? No me hacía falta escuchar la respuesta: antes. El mundo entero era una carta de tres platos.
Las cosas que nos pasan
Ahora que ya se ha anunciado, ya lo puedo contar: el libro misterioso que estaba leyendo el otro día es Las cosas que nos pasan de mi amiga G.
Las cosas que nos pasan aborda con ternura y franqueza la frustración millennial: la precariedad, la pareja, la familia, la maternidad, el cuerpo o la salud emocional. Escrita desde las entrañas, la primera novela de Guada Guerra es la voz de una generación, un emotivo fresco coral de los problemas de unas jóvenes que se enfrentan a la madurez agarrándose a la amistad como su única certeza, aunque… ¿será suficiente para sostenerlas?
Las cosas que nos pasan son 85 platos repartidos entre los entrantes y los postres. Eso mismo me dijo G. que le dijo su abuela. Me hizo mucha risa pensar en una abuela leyendo esto [ya me lo diréis si os hacéis con él]. La buena señora, opina que nos pasa demasiado. Le dijo algo así como ‘Ai Guadiña, nosotros no viajábamos ni teníamos nada, pero vivíamos más tranquilos’.
Lo he leído de una sentada, quitándome de dormir y luego de trabajar a mi hora. Supongo que era la emoción de saber que estaba leyendo algo que aún no tiene casi nadie; de saber que en un mes va a estar expuesto en la Casa del libro, y G. va a estar haciendo todas esas cosas que antes le vimos hacer a otros desde el patio de butacas. Hay tanto de mí en las tramas que mete miedo. De mí y de todos nosotros, vamos. A ratos me arrancaba una carcajada en alto y a otras me sorprendía reflexionando desde una posición no protagonista sobre los mismos asuntos que me rondan la cabeza constantemente. Más que una gran carta, en ese libro se explica que hay más restaurantes de los que podemos visitar y cada uno tiene la suya.
Voy con su abuela. Me encantaría despertarme un día y que mis opciones fuesen limitadas. Más como El Escorial, menos como el Palacio de la Oliva.
El Escorial y la Oliva
Todo lo que pasa detrás de esa puerta, es increíble por simple. Me encanta sentarme en una mesa con el periódico y simplemente, disfrutar del espectáculo.
Sé que a estos sitios les queda poco. Son una ventanita a los 80 de mis padres. Está todo sin tocar. Entra un hombre armando un escándalo porque el camarero le dijo a su mujer que algo del tabaco y él le había dicho que había dejado de fumar. Le llamó chivato. Los camareros son gemelos, pero uno tiene coleta así que se les distingue perfectamente. Cuchichean entre ellos, a ver por qué iban a tener que saber que tenían que cubrir a Manolo con el tabaco. Uno acusa al otro de maruja, que tiene que saber estar callado. Entra la mujer de Manolo a disculparse, que realmente no se había dejado el tabaco, sólo quería comprobar si fumaba o no. Una trampa. Brillante.
Al fondo, una señora con un perro que se echa el día jugando a la tragaperras. La tratan con la delicadeza de quien es ya familia: le ponen agua para la perra, le invitan a rondas porque desayuna brandy y se funde todo a los limones y campanitas. En la otra esquina, dos obreros desayunan cerveza. Son las 9 de la mañana. ‘Yo no creo en Dios, creo en los billetes de 500€’. ‘Sé que existen pero nunca vi uno’. Repite la misma broma cuatro veces mientras acabo de leer el faro y termino mi café. La clientela se ríe, o le contestan con otra sátira. No tengo muy claro que alguien que no sea gallego pueda entender esa conversación. De lo que se habla literal, no es de lo que se está hablando. Lo que se dice es una cosa, lo que se quiere decir es otra. Yo atesoro todos estos momentos, porque sé que este microcosmos está a punto de desaparecer. Como cuando mi padre me habla del ruralés –ahora la Radar, donde echan indie y no sabe ni qué es eso–, algún día en el Escorial habrá un Dunkin Donuts. No es justo.
En el Escorial, soy feliz. En el Palacio de la Oliva, no. Es el sitio más fancy de la ciudad ahora mismo. Estrella michelín, tal pascual. Discoteca de noche. Todo es absurdamente caro y la gente se cree mejor por estar allí metida dejándose estafar con una sonrisa. Estoy explorando, como quién va de excursión. Me entran señores de la edad de mi padre. Eso en el Escorial nunca pasaría. Ya me pago yo las copas, gracias. Realmente no tengo un puto duro porque es enero, pero no voy a dejar que un señor que me duplica la edad se crea con el derecho a comprarme por un Martin Millers. Me fijo en la música. Son canciones vainilla de derechas:
Gimme gimme
I don’t care
Voy a pasármelo bien
Me hace volar
Amante bandido
Ciega sordomuda (por fin algo que capta mi interés)
La que dice: ‘Soy un hombre muy honrado’
I will survive
Serà perche ti amo
Safri duo
Soldadito marinero
Concluyo que a mi me puede llegar a gustar lo mismo que a esa panda de pijos –Shakira– pero al revés no funciona. Yo te puedo cantar de pe a pa cualquiera de esas, pero ellos no saben las letras de La Raíz. Todos van de negro. Cuando digo todos, es todos. Absolutamente todos. Yo no tenía pretendido acabar ahí, así que llevo un vestido blanco de crochet y soy como el punto en el mapa. Hay un portero enano. Me debato entre si me parece bien o mal, porque claro, está trabajando ¿por qué no habrían de contratarlo? Pero no dejo de pensar que sólo lo han contratado porque es enano. En el baño, una chica pasa una balleta y la mopa cada vez que alguien entra o sale. No puedo más. Me voy a rebajar con Habana 20, un sitio donde ponen Kortatu y me desgañito saltando a ritmo de sarri sarri. Acabo en casa de N. poniendo Daddy Yankee en Youtube mientras bailamos y fumamos pitillos totalmente innecesarios. Mi zona de confort, si me preguntan: perrear Daddy Yankee con semidesonocidos es el comodín que espero que la vida siempre me tenga guardado para cuando necesite.
Churru 20
Martes, estábamos cenando, de nuevo, en casa de N. y salta este titular:
Lo sentí como si me arrancasen una uña de cuajo. Ya pasó con el Palentino en Madrid en su día. Cada vez que paso por la calle Pez y veo ese garito para modernos, pienso en Casto tirando los bistés por el aire y en el portero emo comiendo yogures y me entran unas ganas de llorar descontroladas.
No hizo falta más, a la media hora estábamos apoltronadas en la barra. No fuimos las únicas que tuvimos la idea. De repente, el martes era sábado. Bad Bunny sacó disco hace 10 días e hizo mucha mella: todos tirando fotos, del baño, de la barra, en la fachada. Para que el churru se quedara para siempre con nosotros. Tirando fotos de cuando te tuvimos, ahí estamos. Gracias por el mantra, Benito. Los echan porque han comprado el edificio para hacer pisos turísticos. Qué mundo de mierda, oigan. Le preguntamos qué van a hacer con las fotos de las orlas. La camarera dice que igual se las llevan al Habana, y así descubrimos que el Churru 20 y el Habana 20 son de los mismos dueños. ¿Cómo no nos habíamos dado cuenta antes? Nos meamos de la risa. Bailamos a la lluvia, pero no nos importa, porque sabemos que estamos viviendo una noche histórica. Estamos despidiendo los super dos, nuestro bachillerato, la primera vez que morreé con A. contra ese muro, las noches con D. , con L. con P. Las fotos en el espejo del baño. Qué pena más grande, pero qué bien te despedimos. Decía antes que sé que a estos antros les queda poco, pero no tan poco porfa. Todavía no. Allí brindando era consciente de la tremenda suerte que tengo: no nací en 1968, pero por lo menos llegué a tiempo para ver ese mundo que está a punto de extinguirse. ¿Cómo explicarle a mis hijos el día de mañana cómo era cuando sólo haya Airbnbs? Ya he llorado la pérdida de dos bares, no quiero llorar un tercero. Piedad.
Novedades en instagram
Supongo que os habéis enterado de que han puesto el feed vertical. Nuevas dimensiones:
Más cosas: Reels de 3 minutos. No hacen más que aumentar el límite cuando yo cada vez los hago más cortos, pero bueno. También va a haber una nueva app para editarlos que se va a llamar Edits. Se han dado cuenta de que editar reels en reels, es insufrible. Muy buena tiene que ser para sacarme de cap cut, la verdad.
Dicen que van a quitar las destacadas y estarán en el feed con una pestañita de corazón. Esto directamente me parece mal y un error, pero no soy yo Mosseri.
Esta semana vi:
brillante, como todo lo que hace este señor.
Esta semana no leí. Además de Bad Bunny, me dio fuerte con esta. Wisin siempre en mi equipo.
A mí me da mucha pena todo lo que cuentas, pero flipo con tu nivel de aguante nocturno a lo largo de la semana. Me recuerda a cuando tenía 20 años y muchas semanas, el sol para mí eran las luces de los bares. DEP Churruca, nunca te bailé pero conocí a varios como tú.