Días como hoy, instagram inunda y enfanga mi mente al igual que el agua en los garajes de Paiporta. Siento un bochorno insoportable. ‘Os dejo información, comparto para que sirva de ayuda’. ¿Ayuda a quién? Será una ayuda para tu ego, porque los paiportinos te van a importar exactamente dos días más. Veréis como se deshincha en vuestras pantallas. Hace mucho tiempo que no veo una pizca de autenticidad a mi alrededor. Cuando aparece, poco dura hasta que empiezan las consignas. ‘Sólo el pueblo salva al pueblo’. Todo lo que sucede, sea una catástrofe natural o un escándalo sexual, se utiliza para alimentar el ‘yo’. Se romantiza. Debería alegrarme porque se donen 6 pavos a cruz roja aunque el motivo sea subir el pantallazo a las stories. Son 6 euros necesarios que se reciben, y el fin justifica los medios. A mi alrededor, la ayuda desinteresada termina donde empieza el esfuerzo. Vidas ligeras llenas de solidaridad de pacotilla. Quería hablar de esto antes de la dana y el circo mediático que arrastra, así que voy a mantener el tema intentando hilar un poco.
No hace falta que venga un ciclón que arrase tu casa para sentirte desgraciada. Pero es difícil admitir que te sientes desgraciada sin un motivo socialmente aceptable. Necesitas una muerte, una riada que arrasa con todo lo que tienes, una gran traición. Usas eufemismos: del ‘no estoy bien’ pasas al ‘estoy mal’ y acabas en el ‘la psicóloga dice que igual tengo principio de depresión’. Yo le decía a G. ‘No puede ser depresión, yo no estoy tan mal’. Me acordaré siempre de lo que me contestó a eso: ‘Sara, no estás bien, ¿qué más da cómo lo llames?’.
Depresión. No se usa porque da miedo y vergüenza. Si la usas le pones apellidos: un principio de, una pequeña depresión. ¿A mí qué me pasaba para tener depresión? Mi padre se puso enfermo, como tantos otros padres y madres. Tuve años para acostumbrarme a la idea, pero empezar a pasar tus días en el hospital lo hace real. Aún así, no era para tanto. Gestionaba mis cuentas y la obra que iba de mal en peor. Pues como todas, supongo. En el medio, una ruptura, de las que te tienes que ir de casa. Bueno, era visto. No voy a hablar de mi familia, pero no es como las de los anuncios de turrones. Todo esto lo iba barriendo para debajo de una alfombra que cada vez tenía más mierda acumulada. Estaba muy ocupada trabajando para pagar todos los líos en los que me metí y no vi el montículo a tiempo. La inercia me empujaba para soportar un día más sin pensarlo mucho. Los lloros de puro agobio estaban reservados al ratito entre que me metía en cama y me quedaba dormida. La tristeza sin embargo, era una constante desde que abría un ojo por la mañana.
La sonrisa no la perdía, pero el ratito de llorar empezó a colarse también en el desayuno. En el coche cuando conducía a casa tras 15 horas de jornada para pagar cemento y aluminio. Rumiaba pensamientos que se cruzaban en mi mente sin control ‘te equivocaste en todo, tu vida es una mierda’. Sentía que había jugado mal mis cartas y que no quedaba nada en el mazo. Pero tu si me veías desde fuera, no veías nada.
Empecé a olvidarme de cosas. Lagunas de memoria enormes, conversaciones enteras. Me daba pánico olvidarme de cosas importantes del trabajo. Y tenía 13 oportunidades diferentes de cagarla al día. Apuntaba todo compulsivamente, y aún así, sabía que no podía fiarme de mi misma. Me olvidaba de apagar las luces del coche, de cerrarlo, de coger una chaqueta, de beber agua. Comía sin control, a cualquier hora. Tres platos de espagueti llenos a las 12 de la noche al llegar de trabajar. Cosas así. No sabía en qué día vivía, y me daba igual.
Todo esto ni se ve, ni se entiende. Empezando por mí la primera. La depresión en mi cabeza era un estado oscuro lleno de pastillas, reservado para gente que no tiene buena actitud, que sucede debajo de las sábanas. No lo entiendes tú, pero los demás menos. Yo sé cómo me veía desde fuera: una casa nueva. Mucho trabajo. Amigos. Planes. Qué coño depresión, ¿por qué?
Tratar contigo es difícil. La alegría de los demás te molesta y te aíslas. Cuando por fin logras admitir que las cosas no van bien, te da vergüenza contarlo porque lo que recibes son las consignas de las tazas. ‘Sonríele a la vida’. Tú no tienes a nadie muerto en el sótano cubierto de barro, no puedes estar así, no es para tanto.
Necesitas ayuda pero no eres capaz de pedirla. Dejas de ir a los planes. Cada vez recibes menos mensajes. Piensas en bucle: ‘¿por qué nadie se da cuenta?’. Pasan los días y cada vez es más difícil evitar los pensamientos automáticos, que atronan en la radiomente al máximo volumen. ‘Eres una mierda’. ‘Estar contigo es un coñazo’. ‘Tienes lo que mereces por ir de flipada’. ‘Y ahora que no te entra la ropa a ver a quién le vas a gustar’. ‘¿Otro paquete de galletas?¿no te sabes controlar o qué?’ ‘Te equivocaste en todo’. ‘Te equivocaste en todo’. ‘Te equivocaste en todo y tu vida es una mierda’.
Al final, por esta época hace un año, empezó a parecerse a lo que yo tenía en mente. No salía de cama, me costaba un mundo hasta levantarme al baño. Llamé a la psicóloga. Aunque les tenga terror, necesitaba pastillas. Mi mente sólo funcionaba para lanzarme estos mensajes horribles. No había nada más. Sabía que eran mentira, pero no podía controlarlos.
Pedí cita con un informe psicológico en la mano. El SERGAS tuvo que modificarla porque mi médico cogió vacaciones. La persona tenía que avisarme, se equivocó y llamó al primer teléfono que vio en la ficha: el fijo de mis padres. Mi madre cogió el recado, y me preguntó a qué iba a ir al médico, que qué me dolía. Ese fallo humano, hizo que tuviera que contarle a mis padres el monólogo que levaba meses instalado en mi cabeza y que iba a por antidepresivos. Saltaron todas las alarmas. Yo nunca jamás estoy triste, siempre revoloteo parloteando contenta alrededor de los demás. Mis padres son unos analfabetos emocionales, pero si te echas a llorar en la mesa diciendo que te sientes muy sola y que tu vida es una mierda, lloran contigo. No te dicen ‘bueno mujer, sonríele a la vida’. Siempre que rompes, están a la altura. Me dijeron que no entendían los motivos, pero que si yo decía que me sentía mal, qué podían hacer por mí.
Me cambiaron la cita, a dos semanas más tarde. Mi padre me esperó detrás del muro cuando me iba a ir a mi casa, como quien te aborda para robarte a punta de navaja. Creo que le parece más fácil apuñalar a alguien que abordar una conversación trascendental, por eso se escondió de mi madre. ‘Lo que tienes no es culpa tuya, es una enfermedad. Si necesitas pastillas toma, no pasa nada, pero eso no te va a curar. Si no eres feliz, busca por qué. Deja el trabajo, haz lo que sea. Da igual’.
Que mi padre te diga que dejes el trabajo, que no importa, es nivel de alarma extrema. Es lo único que le importa a él. Ese día comprendí que había algo que le importaba más: yo. El bienestar de sus hijos.
Nunca llegué a medicarme. La recepcionista que le dejó recado a mi madre – un delito, por cierto, soy mayor de edad no tienes que dejarle ningún recado a mi madre– fue la pastilla. Cuéntalo, te van a ayudar. Si lo entienden papá y mamá que son unos torpes, que no harán los demás.
Hay muchas maneras de pedir ayuda y la elegida nunca suele ser ‘necesito ayuda’. La mía fue empezar a contar lo que me estaba pasando. Empecé a trazar líneas –desde el absoluto privilegio que es contar con un respaldo de todo tipo detrás, claro–. Esto me hace sentir bien, se queda. Esto me hace sentir mal, lo dejo ir. ‘Te van a ayudar’: no todos. Hay gente que prefiere pavonearse que mandó un saco de rastrillos a Valencia que estar pendiente de una amiga que ha manifestado con claridad que vivir le está costando. Porque a la amiga no se le ayuda comprando un rastrillo, dándole 6 euros o yendo un par de tardes a limpiarle el barro del felpudo. Necesita tiempo de forma continuada y altruista. Tiempo que no va a ser divertido ni fotogénico. Esfuerzo.
En aquel sillón de Sky azul del Álvaro Cunqueiro, fantaseaba con un montón de ideas rarísimas. Si al final mi padre se muere, ¿vendrán al entierro a decirme eso de ‘estoy aquí para lo que necesites’? La idea me enfadaba muchísimo, ira en estado puro porque estaba allí sentada día tras día sin que más de 3 personas me preguntaran qué tal estaba yendo todo. Así que la convertí en el baremo: todos los que creas que no merecerían estar en tu entierro hipotético, se tienen que ir ya de tu vida. Por si al final pasa, librarnos todos del paripé a tiempo. La practicidad, es una cosa que yo manejo mucho. El hospital, un elemento que cuando entra en tu vida ajusta la perspectiva rápidamente, como la dana. Hoy está tu padre ahí delante con el gotero, pero si eres tú el día de mañana, ¿estarías conforme con cómo estás viviendo?
Si la respuesta es no, empieza a cambiar cosas. Es difícil, busca ayuda. No todos ayudan, pero siempre ayuda alguien. La solidaridad existe, normalmente es silenciosa y no va acompañada de grandes aspavientos. No crees que el problema merezca tanto circo, lo sé, pero no importa el problema. El problema es que tú no te encuentras bien, y ya está. El juicio social de si el problema es lo suficiente problema, tiene que dar igual. La gente que te quiere, no va a buscar soluciones ni a opinar de qué les parece el problema, te ayudarán a ti como necesites. Buscarán la manera.
La depresión es como la dana de Valencia: arrasa con todo lo que hay en tu mente, y luego tienes que quedarte a limpiar el fango con ayuda de unos pocos que no tienen herramientas adecuadas. Al principio no sabes ni por dónde empezar, pero cada día hay un poquito menos de barro. Un día, te das cuenta que ya está limpio.
Últimamente hablo con mucha gente que se encuentra así. También usan los eufemismos y piensan que no tienen derecho a sentirse tristes y abrumados por la vida porque no viven en Paiporta, lo verdaderamente grave. Lo de Cristina Fallarás ya pasó de moda, pero de ahí surge la idea: los relatos de los demás ayudan a sentirnos acompañados. Yo ya puedo decir que el año pasado tenía depresión porque tengo perspectiva, y ya no me da vergüenza. Y nunca tener gripe le dio vergüenza a nadie.
Si te parece que no tienes nada que coger en el mazo y tus cartas son una mierda, yo lo que te puedo decir a día de hoy es que la vida es una partida que siempre vuelve a repartir cartas. Buenas o malas, pero sin ellas no te quedas. Aunque te parezca que no, siempre hay recompra.
Estoy a tope con las metáforas ¿eh? Parezco Llados.
Hoy lo dejo aquí porque no estoy de humor para compartir lecturas ni nada, y supongo que tú tampoco. Poco vi que no me pareció un bochorno absoluto. Porque tiene verdad. Porque es auténtico, no busca likes ni alimentar egos. Unas eran la stories de Beatriz Serrano. Daba voz a su madre, hacia un análisis súper elegante de la situación. Otro es un reel de un chico con camiseta blanca explicando que necesitaban agua porque hasta tenían que cagar en bolsas. Los relatos cotidianos tienen mucha fuerza.
¿El máximo bochorno? Lo que están haciendo las Pombitas, intentando politizar el asunto e ir de magnánimas cuando su marido llamó a Glovo mientras se caía el cielo para comerse su hamburguesita, y no contento, grabó como le daba 10€ de propina a un rider completamente calado con traje de aguas al son de ‘te lo has ganado campeón’ y ellas lucían palmito de gala en gala hasta que se les acabo el cuento del documental y se dieron cuenta que en Valencia pasaban movidas.
Y los que se están grabando yendo, donando, como quién se va a las colonias de excursión. ‘Yo voy. Si quieres venir, como voy yo, os explico cómo. Porque yo soy fantástico.’ Si quieres ir, vete y no digas nada, hostia. Qué asco de peña, de verdad. Solo faltaría el look dana, como hacen con la vendimia, y ya estaría.
No debería escribir enfadada, pero ya lo dejé reposar ayer y sigo en la misma. Ya me arrepentiré para la semana.
Pd. Habla con la gente que te quiere, siempre sale bien <3
Consejo rapidísimo de hoy: HD en whatsapp
Si envías fotos y vídeos por whatsApp, pierden calidad. Da igual como los grabes. Por defecto, se ven mal. A no ser, que los envíes en HD. Cómo se hace aquí.
Fácil y práctico, sin andar con mails, wetransfers y circos varios.
XX.
Te abrazo y GRACIAS. Comparto contigo una reflexión y un, para mi axioma, que he ganado con la edad, y es que, cuando logras entrar en la fase de sincera y real ACEPTACIÓN de ti mismo y de tus circunstancias, se hace la magia y el nudo empieza a aflojarse y los pulmones comienzan a llenarse sin doler.